Para muchos de nosotros, los que tenemos “el mono”, “la mica” “la residencia” o un simple “american citi-zen“; el acto de cruzar se convierte en algo cotidiano. Un va-y-ven de miles de personas que en un delicado acto de no hacer emputar al migra y pasar más pronto – se va y se duerme al otro lado.
Al camello pa’ que salga pa’ ir al Matas.
En aquellos años a la Quemazón!, La Bola de Oro ó por unas cuantas yardas de tela.
Pasar las pinzas de pelo. A puentearlas. – a $90 pesos se van.
Como chanclas. De allá pa’ca, la Mexican Coke, los Chetos que sí saben a queso, los kilos, los papeles chuecos, la señora que va al talón – los campesinos que pasan todos los días a subirse al mismo camión.
Escuché que @bordertuner eran “omnis” ó que anunciaban las ventas de algún nuevo “mol” – mall.
No entendí hasta ver las luces pulsar lo más cerca al muro, con el Río Bravo ya domado por el Canal Franklin. Las historias que se hacen aquí nos pertenecen. Mientras que las luces pintaron el muro de una estética agregada, haciéndolo más presente a nuestra identidad fronteriza – muchas veces impuesta – muchas veces imaginaria.
Tal vez un momento utópico lleno de teatralidad. Ya sin luz, el muro se sigue tiñendo de ese color naranja extraño corrosivo.
Por: Arón Venegas / texto y fotos